viernes, 2 de diciembre de 2011

LA RIQUEZA DE LOS HUMILDES


En estos días de elecciones la política se convierte en un torneo de "quién da más, quién promete más”. Así fue en la cuarta república y así es en todas las democracias burguesas. Las Revoluciones pacíficas tienen la urgencia vital de revisar ese comportamiento.

La perentoriedad de dar emana de la costumbre burguesa de los paliativos propios de los períodos electorales. Había pueblitos del interior de la república que esperaban años los tiempos electorales para que asfaltaran las calles o pintaran la iglesia, y si se veían favorecidos por la visita de un presidente, hasta podían remodelar el liceo o decretar otra escuela. No importaba que las promesas nunca se concretaran, el sólo hecho de crear esperanza funcionaba como un bálsamo que alegraba y modelaba la vida de los humildes.

Las elecciones eran ocasión para transar voto por dádiva o por promesa de dádiva. Los chistes sobre los estrambóticos ofrecimientos aún resuenan en los velorios de los pueblos.

Con el tiempo, como sucede con todo lo que es capitalismo, las elecciones fueron cada vez tomando más carácter de troca comercial: la dádiva o la promesa era la mercancía, el voto se convirtió en moneda de cambio. El concepto, el argumento, la vista en el futuro, se olvidaron.

Esa actitud se hizo costumbre y en ese ambiente ocurre la Revolución Bolivariana. Ese es su tiempo y su territorio.

Lo sorprendente de la Revolución, del Comandante Chávez, es que consigue ganar las elecciones ofreciendo algo que los candidatos oligarcas no podían dar: devolver a los humildes la dignidad, darles la oportunidad, la vía, para demostrar su verdadero gran valor y apreciar su apoyo espiritual. En otras palabras: devolver la fuerza que los convirtió en Libertadores de un Continente, darles el verdadero poder, el de construir mundos, el de empinarse sobre sus miserias, el de levantar la mirada, el de dejar de ver el suelo, el mezquino entorno a donde los condenó la oligarquía, y volar alto con la visión en la humanidad.

Así los humildes, la masa, salió de la mediocridad de una existencia miserable en lo material, pero también en lo espiritual, condenada al aburrimiento de una existencia que no permitía la expresión de la grandeza que el pueblo de Bolívar lleva en el alma, esclavizado por lo trivial, la mente ocupada en la estulticia.

Esa es la clave de la participación de la Revolución pacífica en las elecciones burguesas: le da a los humildes la mayor riqueza, los hace humanos, guerreros de la causa de la humanidad, de la vida planetaria. Les otorga la grandeza de una vida plena, llena de hazañas para contar a sus hijos y nietos, los inscribe en las mejores páginas del libro de la historia, los devuelve a Carabobo, a Junín, los lleva a conocer y a dialogar con Sucre, con el Negro Primero, con José Leonardo, con Fabricio.

Es así, ya lo dijeron los grandes, lo dijo El Libertador en la cima del Potosí, el 26 de octubre de 1825:
      "Venimos venciendo desde las costas del Atlántico y en quince años de una lucha de gigantes, hemos derrocado el edificio de la tiranía, formado tranquilamente en tres siglos de usurpación y de violencia. Las míseras reliquias de los señores de este mundo estaban destinadas a la más degradante esclavitud. ¡Cuánto debe ser nuestro gozo al ver tantos millones de hombres restituidos a sus derechos por nuestra perseverancia y nuestro esfuerzo! En cuanto a mí, de pie sobre esta mole de plata que se llama Potosí y cuyas venas riquísimas fueron trescientos años el erario de España, yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad, desde las playas ardientes del Orinoco, para fijarlo aquí, en el pico de esta montaña, cuyo seno es el asombro y la envidia del universo".
 
           El Libertador, en la cumbre de su gloria, desestima la opulencia del Potosí y antepone la gloria de la lucha por la libertad. Una vez más toca la vena de la espiritualidad, en oposición a la recompensa material.

            En aquellos años difíciles de la guerra en su máximo fragor, el Libertador invita a los caraqueños a colaborar con el ejército independentista y sólo les ofrece el reconocimiento, la gloria, nada material:

            "Habrá padres de familia, jóvenes tiernos y otras personas que no tengan con qué acreditar su decidido interés: estoy muy convencido de esto, pero estos mismos padres, estos mismos jóvenes tienen la puerta abierta, los unos para sus hijos, y los otros para sí, para presentarse al Gobierno, que les destinará en lo que parezca más a propósito; entendidos de que todos aquellos que se presentaren al servicio a que se les destinare, sin devengar los sueldos que les quepan en las clases en que se coloquen, serán sentados sus nombres en un libro que el Gobierno abre desde hoy, para que en todos tiempos conste tan heroico sacrificio, e igualmente el de sus hazañas personales; para que la posteridad tenga con la consideración debida a su memoria y descendientes, uno de los libertadores de Venezuela".

            He allí el fuego que impulsó la liberación de un Continente, ese debe ser, es la única pasión que puede inspirar a nuestra Revolución. Darle esa oportunidad a los humildes, convocarlos a esa gloria, será darles la mayor riqueza, mayor que una montaña de plata como el Potosí.