Una Revolución en el
poder, y más si arriba por vía pacífica, tiene dos posibilidades principales de
accionar. Veamos.
Puede tener como guía y
meta de sus acciones la construcción de las nuevas relaciones humanas que el
Socialismo requiere, fundamentarlas en una economía de propiedad social. En ese
camino avanzará al ritmo, la velocidad y la oportunidad que las circunstancias
aconsejen. En este caso, esa Revolución no será aceptada por los oligarcas,
tendrá que confrontar inevitable y fuertemente con los enemigos nacionales y
extranjeros.
El viejo orden se
convertirá en corsé, la constriñe. Entonces la cultura de la dominación
estallará, el orden jurídico necesita ser cambiado, todo debe ser sustituido.
La Revolución modificará las relaciones de la sociedad, y los oligarcas se
encargarán de satanizar las relaciones con ella, la atacarán despiadadamente. Los
organismos internacionales se confabularán contra el proceso, afrontará una entente. La Revolución avanza en un nuevo
paisaje hostil por parte de la burguesía y simultáneamente con la fraternidad
del pueblo que la acompaña.
Pero hay otra
posibilidad, la Revolución Pacífica es atrapada por la lógica del pasado, se
encandila con índices capitalistas, así comienza a ejercer el poder de forma
tradicional, en este caso el objetivo es permanecer, el poder se transforma en
un fin en sí mismo, esa es la meta.
Siendo así, las
presiones de la oligarquía nacional e internacional tienen efectos, guían la
acción, las metas electorales pasan a ocupar lugar de privilegio, imponen sus
leyes a la Revolución, y poco a poco la van transformando en formas sociales
nosocialistas, calificadas con eufemismos.
La masa ilusionada con el
proceso, al verlo morigerado, pierde la pasión que sólo puede generar el avance
revolucionario, entonces la apoya, leal, pero triste, fiel, pero sin correr
riesgo. La salida individual prima sobre la visión social que ha sido
vulnerada. Se pierde el milagro que sustenta a toda Revolución, y ésta puede
tener el apoyo circunstancial en las elecciones, pero nunca en la batalla
decisiva, en el lance de actuar frente a la agresión oligarca. Se debilita.
En una Revolución que
escoja este camino, que es de traición a sí misma, podrán sus hombres quedarse
en el poder pero serán espectros de lo que una vez fueron, momias políticas
capaces de placeres vacuos, pero con el mismo tormento que acompañó a Judas.
La burguesía internacional,
el imperio, antes del ataque final a una Revolución busca debilitarla, exigirle
que se desarme en lo bélico, pero más en lo espiritual, le pide señales de
complacencia, alianzas que la desdibujen, entrega de pertrechos, inspecciones,
cesación de sus atribuciones de Estado. Saben que una Revolución que escoja el
camino del acomodamiento se aparta de la emoción de su pueblo, se debilita, y
aunque mantenga la imagen de fuerza, es un cascarón.
Los basureros de la
historia rebosan de ejemplos que ilustran lo anterior, se han creado escuelas
"teóricas" que avalan el deslizamiento hacia la traición, la social
democracia tiene este carácter, el eurocomunismo también.
Una Revolución verdadera
no puede pretender la aprobación de la burguesía, al contrario, sucede en medio
de una fuerte, sostenida e infinita agresión oligarca. Es inevitable un
definitivo choque contra la oligarquía nacional e internacional. No hay parto
revolucionario sin dolor.
El orden burgués
internacional, el imperio, tiene sus mecanismos para proteger a su mundo de
intentos emancipatorios. Ya sabemos que la ONU funciona así, o mejor, no
funciona como organismo mundial democrático, sino como dictadura imperial. Los
tratados internacionales son instrumentos de la legalidad burguesa: la OEA, con
toda su cobardía, es una agencia regional para la intervención. Es así, donde
se reúnan gobiernos burgueses formarán un cuerpo para protección de los
burgueses. El caso de Zelaya y recientemente el de Lugo son pruebas de la
inutilidad de todos estos organismos. Lobo y Franco son hijos de la legalidad
burguesa internacional.
El secretario general de
la OEA ya comenzó a hablar de las elecciones nuestras, dice que no vendrán
porque no los invitaron… aún. Sabemos que el gobierno tendrá una visión de la
conveniencia o no de invitarlos, lo apoyamos cualquiera sea su decisión, sin
embargo el PSUV debe dejar clara la esencia burguesa de ese organismo, el
pueblo nuestro, la opinión mundial, deben estar informadas.
Sería prudente que la
Revolución realice una urgente ofensiva internacional de información y
agrupación de simpatías, recordemos que el factor internacional será
importantísimo en los próximos días. La oligarquía lacaya ya hace tiempo que
anda por el mundo trabajando a la opinión mundial, agrupando cómplices. Que se
hable con los obreros y campesinos de la América, que se explique a los pueblos
europeos, a los de la América, que se
toque el corazón de los humildes.
Se invite a presenciar
las elecciones a los estudiantes chilenos, a sindicatos, a los petroleros del
mundo, a la Marcha Patriótica de Piedad Córdoba, a los revolucionarios, los que
se enfrentan al capital. Debemos buscar la aprobación de los oprimidos, de los
explotados, esa será la medida de que vamos bien.
La Revolución debe
prepararse para el rechazo burgués internacional, es inevitable que la
Revolución se internacionalice, busque la solidaridad de los revolucionarios,
es necesario romper la visión del aldeano vanidoso, de los nacionalismos
retrógrados. La Revolución debe emocionar al mundo, ese sentimiento será
formidable barrera protectora, debe convertirse, aunque suene repetitivo, en
faro, en brújula de Revolución.
Se comprende que lo
internacional tiene sus profundas raíces en lo nacional, nuestras acciones
deben emocionar a los pobres de la tierra, el asombro de un proceso que rompió
con el capitalismo debe recorrer al mundo como un relámpago de esperanza.
Debemos entender que la batalla es internacional.
Cada paso que aquí
demos, no es un mero suceso nacional, se trata de una campanada internacional.
Estas elecciones recorren el mundo, el planeta está pendiente de lo que
digamos, de nuestras acciones y palabras. El planeta debe percibirnos como lo
nuevo que somos, y sentir que eso nuevo es la única salvación de una existencia
miserable.