A veces en el
ambiente político se impone un término que otorga aceptación a las acciones.
Así, por ejemplo, se forma una asociación de empresarios capitalistas y se le
bautiza como bolivarianos, con eso se le da carta revolucionaria.
Esta fuerza
mágica de una palabra, capaz de crear luz cuando se une a otra, es usada desde
siempre para dar belleza insólita a las cosas triviales, amplitud infinita a un
idioma, otorga a la lengua la capacidad de expresar la hermosura que encierra
el alma humana, transforma al idioma en arte, este recurso lingüístico es
objeto de estudio por especialistas y poetas.
Ahora bien, en política
el lenguaje adquiere otras características, lo que en poesía es un hallazgo
hermoso, en política es un recurso que puede falsificar. Veamos.
Hay tres términos
que merecen atención, se están utilizando como la panacea, son: "productivo",
"desarrollo económico" y "exportar".
Al bautizar algo
con alguno de estos tres vocablos, le dan legitimidad, aceptación a cualquier
acción. Si califican al capitalismo de, "sector productivo privado",
lo santifican, deja de ser malo y se convierte en una meta que falsifica el
camino al Socialismo. Si dicen que las acciones que toman son para
"exportar al mercosur", esto los dispensa de cualquier explicación y
legitima la acción.
Sumergidos en
esta confusión, es urgente aclarar términos más allá de su simple calificación,
preguntarnos sobre ellos, relacionarlos con la realidad.
Capitalismo se
refiere a un sistema que se basa en la apropiación por una fracción de la
sociedad del trabajo y la riqueza de toda ella. Esto trae como consecuencia
obligatoria la formación de mayorías sumidas en la miseria material, y de toda
la especie sumergida en la depauperación espiritual, producto de la
fragmentación que hace del humano una partícula egoísta y de la humanidad un
cuerpo desnaturalizado, mera suma inconexa de estas partículas.
El capitalismo
necesariamente produce miseria, ésta es consustancial a su funcionamiento. La
afirmación se sustenta en la teoría y en la práctica: es notorio el nivel de
pobreza en países emblemáticos del capitalismo, evidentes sus grandes bolsones
de miseria, donde el individuo es víctima del consumo enfermizo, y la
naturaleza sufre los embates de una especie que se comporta como asesina de la
vida.
Siendo así, sólo
es apropiado acompañar el término "capitalismo" con el vocablo
criminal, demencial. Así tendríamos coherencia entre el término y su referente
en la realidad. Si insistimos en decir "productivo", debemos aclarar
que es productivo de miseria.
Los coqueteos con
el capitalismo, con cualquier nombre que pretendamos dorar la píldora, son
coqueteos, concesiones a la miseria de la sociedad.
Recordemos que no
hay formación económica aislada, las formas capitalistas van, siempre,
inevitablemente, acompañadas de una fuerte formación de conciencia egoísta, y
esta conciencia es sepulturera del Socialismo. Si debemos por razones políticas
tener comercio con el capitalismo, es necesario un núcleo duro socialista, en
lo económico, político y sobre todo en la conciencia.
La
Revolución Bolivariana tiene entre sus grandes méritos el haber desempolvado al
Socialismo, haberlo sacado del desván mundial, colocarlo en la palestra de la
política global. Ya este logro sería suficiente para inscribirla en la
historia.
El
mundo se sorprendió cuando un gobernante, en el patio trasero de los yanquis,
proclamó su antiimperialismo y su vocación socialista, eso no sucedía desde los
días de Fidel. La emoción corrió por el planeta, y también se elevó nuestra
responsabilidad: Le dijimos al Socialismo, cual Lázaro, ¡Levántate!, y en los
pueblos del mundo renació la esperanza. Ahora tenemos la responsabilidad de
echarlo a andar, de no dejar que fracase, de concretarlo en asombros y guías
para el mundo.
¿Qué
hacer?
Lo
primero es entender esta responsabilidad, asumirla, no podemos fracasar porque
el golpe para la humanidad sería definitivo, la sumiríamos en el más
profundo de los desconciertos, del desaliento, del escepticismo, quedaría sin
rumbo, perdida en convulsiones sociales sin sentido.
Es
necesario construir núcleos duros teórico-prácticos del Socialismo, zonas
socialistas, desarrollos socialistas, que vayan más allá de lo retórico, donde
impere la Conciencia del Deber Social, donde la visión de lo local no quebrante
la visión universal, para desde allí poder irradiar el ejemplo para el resto
del planeta, y establecer la resistencia
y la ofensiva estratégica sobre el capitalismo.
Sin
ese núcleo duro, que sea ejemplo de lo nuevo que tiene que nacer e instrumento
indispensable para que muera lo viejo, sin ese núcleo nos perderemos en ensayos
inoperantes y en flirteos debilitantes, como esos intentos fallidos de enamorar
a una clase media que en su demencia nos desprecia.
La
clave está en el gobierno, en sus líderes, en la dirección nacional. Una
Revolución captura el poder político para desde allí hacer nacionales,
hegemónicas, sus ideas. Siendo así, la Revolución tendrá el carácter de las
ideas que desde el poder se difundan, y también el destino de ese proceso
dependerá de esas ideas.
Entonces,
el necesario núcleo depende de la cohesión de las ideas de la dirigencia, de la
coherencia entre el discurso y la práctica, de la claridad y capacidad de
convencer, de las ideas.
Si se
dice que los burgueses son causa de las miserias del pueblo, si imputamos al
capitalismo, a los capitalistas como causantes de los males de la humanidad,
debemos explicar el por qué los aupamos, por qué establecemos alianza con
ellos, por qué los convocamos.
Esas
ideas deben tener su vitrina en algunas acciones de la sociedad que sean
demostración de los cambios en las relaciones entre los humanos y de éstos con
la naturaleza. Acciones que realice la sociedad, jornadas nacionales que
involucren a la sociedad en objetivos políticos altruistas permanentes. Donde
los participantes establezcan relaciones fraternas en la consecución de
objetivos comunes. El trabajo voluntario colectivo llevado a escala nacional e
internacional es inmejorable instrumento para conseguir esta vitrina, una
sociedad movilizada, dando cada uno su cuota de amor por el prójimo y por el bien
de todos.