sábado, 5 de mayo de 2012

LAS URGENCIAS DE LA REVOLUCIÓN


La agresión contra la Revolución Bolivariana tiene varias aristas y diversos orígenes, la madeja se desenrolla por varias puntas. Para entender el enrevesado cuadro debemos precisar el objetivo ¿Qué defendemos? ¿Para dónde la Revolución pretende ir? Si hacemos estas preguntas, seguramente encontraremos muchas respuestas que se originan en ideologías diferentes. 

Algunos dirán que la meta es mantener el gobierno y ese fin justifica cualquier medio, otros responderán que el objetivo es mantener el gobierno, hacer un buen gobierno que reparta la renta con equidad, otros no dirán nada, prefieren que el pueblo opine.

Nosotros creemos, junto a Fidel, que el deber de un revolucionario es hacer la Revolución, y el deber de la Revolución es hacer el Socialismo. ¡Esa es la meta de la Revolución Bolivariana!

Teniendo esa meta definida hemos avanzado en el diseño del objetivo, pero todavía queda mucho por dilucidar. Si preguntamos ¿qué es el Socialismo? encontraremos un manojo de respuestas que se originan en las mismas fuentes ideológicas que las primeras respuestas. Algunos dirán que el Socialismo es repartir bien la renta, otros que democratizar el capital, otros dirán, en negativo, que será cualquier cosa que no se parezca a la Unión Soviética, otros dirán que es cuando los empresarios capitalistas tienen buen corazón y no aumentan mucho los precios, otros dirán que socialismo es PDVSA en manos del Estado, que eso es suficiente… y diez mil definiciones más.

Los revolucionarios definirán el socialismo como un cambio profundo de las relaciones humanas, el rescate de la fraternidad y del amor. Cambio que tiene necesariamente que ocurrir en las relaciones de producción y en la conciencia que con ellas se entrelaza. Las relaciones de propiedad tienen necesariamente que ser, ahora, propiedad social administrada por el Estado, y la conciencia tiene necesariamente que ser conciencia de pertenencia a la sociedad.

En este punto las cartas están sobre la mesa, lo que significa que este es el escenario donde se decide la suerte de la Revolución, así ha sido a lo largo de la historia.

Es el terreno de la lucha entre el Socialismo y el capitalismo, entre lo viejo y lo nuevo. El socialismo es asediado desde afuera y desde adentro. Desde afuera por los representantes de la oligarquía, desplazados del gobierno que fuerzan por volver a estabilizar el capitalismo. Desde adentro por los que cercan la posibilidad socialista, minándola con medidas que estimulan la propiedad nosocial y la conciencia egoísta.

Es así, el socialismo está cercado: por un flanco, las ideologías que emanan de clases sociales que no pueden entender su esencia, no pueden dar el salto, a lo sumo se quedan en el cuarto de maquillaje, en la retórica o en las volutas vaporosas de medidas ineficientes, que tienen como campo de batalla las pantallas de la televisión. Por el otro flanco, los embates de las oligarquías internacionales y sus oficiales nacionales, capitalistas sin sonrojos.

El socialismo es atacado en dos flancos, los dos tienen el mismo origen ideológico, el mismo fin: derrotar al Socialismo, aunque lo intenten por diversas vías. Unos, los de afuera, por la vía violenta, el combate frontal. Los otros, los de adentro, por la distracción, el extravío, minar las bases teóricas del cambio.

La respuesta a los dos ataques es, en esencia, la misma: organizar a la sociedad y al partido, afinar la ideología revolucionaria, intensificar la batalla de ideas.

Ahora bien, surgen preguntas: ¿Cómo es la organización revolucionaria, la organización socialista? ¿Cuál es su finalidad? ¿Cuáles sus características?

Las respuestas están ligadas a la ideología. Un antisocialista dará mil vueltas a la propuesta organizativa para, al final, quedar en una entelequia de organización que, a lo sumo, será un aparato electoral, actuará en los comicios y después, como por arte de magia, desaparecerá. Es que a esta ideología le aterra la verdadera organización, prefieren el espontaneísmo de lo individual

Los revolucionarios consideran a la organización como el cimiento de la Revolución, ella prefigura la relación socialista, es una fuerza del futuro que actúa en el presente, forma al hombre nuevo del futuro en el presente, es capaz de violentar las condiciones objetivas, el espíritu es su motor.

Sólo una sociedad organizada, que deje de ser “una multitud” y tome conciencia de sí misma, puede construir socialismo, podrá rescatar el poder hasta ahora en manos de una clase explotadora, y construir el verdadero poder social, el socialismo. Sólo una sociedad organizada en un tejido que vaya de lo nacional a lo capilar, a la base, con un partido en la vanguardia, será socialista. O mejor, el socialismo es, en definitiva, una sociedad que se encontró a sí misma, que se integró en la organización.

En contraste, una sociedad fragmentada, o parcialmente organizada únicamente en lo local, en el mejor de los casos podrá decidir sobre su entorno. Desligada de lo social, estimula el egoísmo y todas sus lacras, construye conciencias antisocialistas, apoyo para el capitalismo.

Sólo la sociedad organizada nacionalmente será verdadera sociedad, podrá entender las difíciles tareas de la construcción y la defensa del socialismo, ella blinda a sus miembros contra las tentaciones capitalistas y la vigilancia revolucionaria los ayuda a mejorar, a elevarse como seres humanos.

Ese tejido nacional podrá hacer los requiebros tácticos que la estrategia plantea, tendrá la agilidad de captar los cambios de situación, podrá dar batalla en variados campos y será un bastión de la nueva cultura, de los valores fraternos, amorosos, entrelazados con una economía también fraterna, sin explotadores, sin apropiadores de la riqueza social.

La medida de la eficacia en la construcción de la organización no está en las estadísticas, ni en los recursos mediáticos, reside en la capacidad de respuesta a los ataques enemigos, y en la capacidad de contribuir a crear las nuevas relaciones de fraternidad en su entorno y  en la nación.

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