domingo, 10 de junio de 2012

MACRO HISTORIA DE LA DOMINACIÓN

Si estudiamos la historia de la dominación desde una perspectiva global, sólo considerando los hechos que nos den idea de su movimiento general, podremos construir un paisaje que nos permitirá ubicar a nuestra Revolución. Veamos.

La dominación es la constante en la historia de la humanidad, podemos decir, parafraseando a los clásicos, que la historia de la humanidad es la historia de la dominación. Y aquí surgen las preguntas más importantes, el cuestionamiento que ha motorizado a la historia: ¿Por qué el humano ha permanecido milenios bajo sistemas dónde unos pocos expolian el trabajo de muchos? ¿Cuál es el secreto de la permanencia de esa dominación? ¿Es posible vivir de otra manera? ¿Cómo superar la explotación?

La búsqueda de respuestas ha tallado a la humanidad, los pensamientos más luminosos giran alrededor de esta angustia, las epopeyas son hijas de esta zozobra, las derrotas más duras de la especie son las que evitaron la solución del enigma.

Los dominantes han basado su hegemonía en dos pilares principales:

Uno, la superioridad intelectual, espiritual. El conocimiento, la cultura, fue apropiada junto con lo material, la economía. Al resto de la sociedad le fue transmitida la idea de inferioridad, de incapacidad para lo grande, sólo se les permite la cultura necesaria para aceptar sentirse inferiores.

El otro pilar, estrechamente ligado al anterior, es el egoísmo, la fragmentación. Al dominado se le inoculan valores, conductas, aprendizajes que no le permiten la unión, sólo es capaz de buscar soluciones parciales, nunca sociales, no percibe a la sociedad.

No puede haber dominación sin estos dos pilares. Los grandes liberadores de la humanidad claman por la unidad, contra el egoísmo, y por elevar la autoestima de los dominados. Cristo unió en su "amaos los unos a los otros" los dos anhelos. Bolívar, su último aliento fue un llamado contra el egoísmo, a la unidad, "si mi muerte contribuye a que cesen los partidos". Marx, igual, se dio cuenta que fragmentados seremos esclavos, "proletarios del mundo uníos".

Es así, los sistemas de dominación desde hace milenios se han basado en el egoísmo de los dominados, en la fragmentación, en su permeabilidad cultural a la dominación, y esas dos características se han perpetuado, ninguna Revolución las ha podido superar, su permanencia es la explicación de la continuidad de la dominación.

La esclavitud, el feudalismo, el capitalismo, la monarquía, la democracia… y también los experimentos socialistas, todos han mantenido las dos características de la dominación, unos más, otros menos, pero en todos ha subsistido.

El Che advirtió sobre las armas melladas del capitalismo, predijo que esas armas melladas, los atajos que se inventaron en la Unión Soviética y en países como Yugoslavia, eran estímulo para el egoísmo y a la larga esos intentos sucumbirían.

La Revolución es una conmoción que abre la posibilidad de desmantelar los pilares de la dominación. Esa superación será la medida de su avance: si no demuele los pilares que sustentan el pasado la posibilidad se cierra y la Revolución fracasa.

La historia de la humanidad nos muestra con claridad los principales peligros de una Revolución: la cultura dominante y el egoísmo. Los dos fuertemente entrelazados, indispensable su superación para tener éxito. La historia venezolana es rica en luchas por superar los dos pilares de la dominación. Veamos.

Nuestra nacionalidad nace como fruto de un enfrentamiento feroz entre el egoísmo, la cultura de sumisión a una monarquía, y el intento de buscar nuevas formas de organización social donde todos existiéramos como hermanos… triunfó el egoísmo y la sumisión, y el majadero del amor murió, como tantos otros, solo, sin bienes materiales, pero irradiando luz a los tiempos futuros.

  Páez y Santander representan el triunfo de los pilares de la dominación. Luego la situación mundial disipó el aire fresco de la Revolución Francesa, la burguesía desechó sus anhelos de fraternidad, y el capital impuso su ley. El imperio naciente, tal como lo predijo el Libertador, nos llenó de oprobio y el oro negro signó la nueva cultura de la dominación.

 De Gómez para acá la historia es la adaptación de la nación a los intereses mundiales del capitalismo, el imperio gringo engulló la soberanía que tanta sangre y sacrificio costó a los padres fundadores. La sociedad poco a poco se amoldó a la renta, se profundizó el egoísmo. Este período está punteado por la rebeldía: la generación del 28, la toma del Cuartel San Carlos, el 23 de Enero de 1958, la épica guerrillera que le sucedió, el Carupanazo y el Porteñazo, todos heroicos episodios.

La oligarquía ha refinado su forma de dominación, la dictadura dio paso al engaño democrático, el abuso de la credulidad de la masa alcanzó cotas elevadas ayudado por los medios de deformación. Así transcurrió el pacto de punto fijo, cuando la oligarquía parecía infinita en la manipulación reformista. El egoísmo y la desvalorización lucían eternos.

En estas circunstancias ocurre la Revolución Bolivariana, y rápidamente enfrenta el reto de construir una nueva hegemonía. La historia es extraña, la oportunidad de superar al sistema depredador del hombre y la naturaleza aparece en un país con pocos proletarios, abundantes marginales, una burguesía parásita, pequeña burguesía colonizada por la cultura imperial, características opuestas a las esperadas por los clásicos.

Es aquí, contra todo pronóstico, que floreció el árbol de la fraternidad, del amor. No fueron en vano las gestas del Libertador, de Zamora, de la generación del 28, las luchas heroicas del 23 de enero, Fabricio, el Paso de Los Andes, la entrega por fundar un nuevo mundo. Todo abonó un espíritu solidario que el 4 de febrero surgió en este pueblo y tiñe al Continente. Somos el Continente de la Esperanza, aquí, con la imponente carga amorosa que portamos, se pueden superar todas las predicciones. Somos llamados a estallar los tiempos de la dominación del hombre por el hombre, a fundar el mundo de la fraternidad, a derrotar el egoísmo y la cultura de la dominación.

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